Desde que tenemos uso de razón entendemos el amor como una cosa entre dos. Incluso antes de poder interesarnos por cualquier persona, de nuestro sexo o del contrario, vemos parejas monógamas que están juntas desde hace tiempo. Nuestros padres, o las parejas de nuestros padres, o los de nuestros amigos y amigas. El amor se entiende solo en pareja, y es que ya es lo suficientemente complicado entre dos como para añadir a alguien más a la ecuación. Claro que en los últimos años, las alternativas de parejas abiertas y poliamor están empezando a tener cierta popularidad. La gente abre su mente a nuevas opciones de amor, a experimentar, a buscar nuevas alternativas, ya que una pareja monógama se le queda muy corta. Y es natural que uno sienta al menos el deseo de probar, sobre todo cuando hay tanto placer que disfrutar y solo podemos hacerlo con una persona.
Eso no significa que no amemos a nuestra pareja y sepamos que es la mujer o el hombre de nuestra vida. Pero el deseo sigue estando ahí, y negarlo es seguramente una temeridad, además de un sinsentido. El hecho de sentir ganas de estar sexualmente con otra persona es lo más natural del mundo y nos pasa a todos. Obviamente, nos retenemos porque sabemos que si estamos en una relación, esto sería dinamitarla. La infidelidad es un asunto muy serio y la mayoría de parejas no son capaces de sobrevivir a este tipo de situaciones. Pero no hay infidelidad si el chico o la chica no quiere engañar a su pareja, sino hacerla partícipe también de la experiencia. Un trío, un intercambio de parejas, una relación abierta en lo sexual, puede ser la solución a la rutina y el hastío de una relación que lleva ya tiempo colapsada. No todos están preparados para algo así, desde luego, y la confianza que debe haber entre ambos ha de ser total, pero esto también sirve como prueba de fuego para la pareja. Más aún cuando la tercera persona en discordia es una profesional del sexo.
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